El próximo Congreso de la Federación de Asociaciones de Antropología del Estado Español va a tener lugar en otoño de este año en León bajo el lema o advocación de 'Lugares, tiempos, memorias. La Antropología Ibérica en el siglo XXI'. Y se trata sin duda de un tema acertado para una ocasión tan señalada, ya que éste será ya el XII Congreso de profesionales de la antropología que se celebra en nuestro país. Por lo que a nadie debería escapársele la importancia -tanto ética como estratégica- de la reflexión sobre el papel que habrá de desempeñar la antropología, no sólo en Castilla y León, en España o en la Península Ibérica, sino -en cuanto a disciplina científica- en el mundo del siglo XXI. Pero, planteado así el asunto, la aparente transcendencia que le presumimos a nuestra disciplina puede resultar grandilocuente e inexacta, porque pareciendo bastante influyentes algunas aportaciones de la misma en el panorama actual, como lo sería el propio concepto antropológico de cultura, no hay tampoco que engañarse: escribía Manuel Delgado hace unos años en 'El País' al respecto, comentando el libro 'Cultura', de Adam Kuper (Paidós, 2001): «En este libro, un antropólogo vinculado a la tradición de la antropología social británica nos recuerda que fue a su disciplina a la que se declaró un día competente para explicar las culturas, lo que, por cierto y al menos en Europa, nunca la llevó a defender que la cultura explicase nada en absoluto. La obra no solo nos invita a un recorrido por la historia del concepto de cultura en ciencias sociales desde finales del XIX, ni se limita a subrayar la importancia que para el pensamiento contemporáneo ha tenido el trabajo de antropólogos como Marshall Sahlins, Clifford Geertz o David Schneider. (&hellip) El libro de Adam Kuper expresa una perspectiva -la antropológica- que tiene motivos para sentirse especialmente interpelada por la realidad compleja y contradictoria del mundo actual y del lugar que se hace jugar en él al mismo tiempo omnipoderoso y vacío concepto de cultura» (El País, Babelia, 15 de abril de 2002). Teniendo en cuenta que el ya desaparecido Alberto Cardín nos consideraba, precisamente, tanto a Delgado como a mí -y por supuesto a él mismo- llamados a integrar un curioso grupo que, no sin ironía, él denominó de 'antropólogos de guardia', no será casualidad ni rara coincidencia que Delgado y yo nos volviéramos a ocupar reiteradamente, en estos últimos años, de la crítica a ese papel que la antropología parece que ocupa en relación con el que podría o debería ocupar. De otra parte, plantear -como se hará en el mencionado congreso- el 'gran tema' de lo que habrá de ser la antropología ibérica en el siglo XXI junto a un enunciado que -por así decirlo- «baja los humos» a esa aparente pretensión académica, localizando y concretando los problemas en el plano de los «lugares, tiempos y memorias», nos aleja de la -tan a menudo- peligrosa abstracción y nos acerca a lo localizado, a lo vivido en una época, a lo recordado o digno de recordar; es decir, a lo etnográfico. Pero, a su vez, nos está señalando uno de los grandes cambios o transformaciones que caracterizan probablemente más al mundo actual, que es su ruptura con las maneras anteriores de concebir los lugares y tiempos unidos y religados, hasta hace bien poco, por la memoria. Y digo que solo «hasta hace poco» la memoria los ligaba, haciendo a las tres cosas inseparables y fundamentales para dar al ser humano un sentido de pertenencia a un lugar y una época, porque son precisamente estos aspectos los que más parecen haberse transformado últimamente, hasta transmitirnos la siempre inquietante sensación de que se ha producido un giro -o cambio de 'Era'- casi sin que nos diéramos cuenta. Lugar y tiempo no tienen el sentido que tenían y puede que hasta no tengan ninguno, porque la instantaneidad, la rapidez o -como prefieren decir otros autores- la 'aceleración' de nuestro mundo, los niegan; llegan a hacer que pierdan su rumbo y se diría, a veces, que van a conseguir borrar su significación por completo.
Pero, en efecto, y como señalaba Delgado, ya escribamos los antropólogos a favor o ya en contra de la 'maldita cultura', resulta innegable que es desde la perspectiva etnológica que se ha dotado a este concepto de rasgos poderosos y transformadores que anteriormente no tenía.
Tanto, que ya esa hegemonía que en otros siglos se concedió sin debate alguno a una Cultura escrita con mayúsculas, por supuesto de tradición exclusivamente europea y patrimonio de sus élites, ha sido y es fuertemente cuestionada; que a la cultura como término se le otorga, hoy, un sentido mucho menos restrictivo que el que hace algún tiempo poseía en todo el ámbito occidental.
Y, lo más importante: que es justamente por ello que la disciplina antropológica puede y debe arriesgarse no únicamente a explicar las paradojas de esa Nueva Era que ya está aquí y ha irrumpido en nuestra realidad generando muchas tensiones y una enorme confusión o incertidumbre; también ha de de servir la antropología para trazar un diagnóstico de urgencia sobre lo que está pasando como la disciplina necesaria que es; como la vigilante y observadora disciplina 'de guardia' de todo lo humano.
http://www.nortecastilla.es/v/20110301/cultura/antropologia-disciplina-necesaria-20110301.html
Dulce Leonor Fonseca Pérez
C.I 21085969
EES
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